Ante la cercanía de su muerte, un rey mandó llamar a sus tres hijos.
-Solo uno de vosotros me puede heredar. Puede hacerlo el mayor, por tener más edad. Puede ser el segundo, por ser el más sensato. O quizá deba ser el tercero, por ser el más inteligente. Pero antes de tomar mi decisión, quiero saber lo que pensáis.
El más pequeño, inteligente como era, se puso a meditar sobre el aparente enigma. El del medio, con su habitual sensatez, consideró que no convenía precipitarse en la respuesta. El mayor, carente de inteligencia y de sensatez, desenvainó la espada y mató a los dos.
-¿Cuál era la pregunta?
-Solo uno de vosotros me puede heredar. Puede hacerlo el mayor, por tener más edad. Puede ser el segundo, por ser el más sensato. O quizá deba ser el tercero, por ser el más inteligente. Pero antes de tomar mi decisión, quiero saber lo que pensáis.
El más pequeño, inteligente como era, se puso a meditar sobre el aparente enigma. El del medio, con su habitual sensatez, consideró que no convenía precipitarse en la respuesta. El mayor, carente de inteligencia y de sensatez, desenvainó la espada y mató a los dos.
-¿Cuál era la pregunta?
El rey suspiró:
-Me temo que la lógica del poder aborrece la inteligencia y desconfía de la sensatez.
Y se apresuró a fallecer, por si su ya único hijo no podía esperar.
-Me temo que la lógica del poder aborrece la inteligencia y desconfía de la sensatez.
Y se apresuró a fallecer, por si su ya único hijo no podía esperar.
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